LA INSTITUCIÓN CATÓLICA EN COLOMBIA Y EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD (DOMINACIÓN) FRENTE A LOS CONSENS
- José Hoover Vanegas García
- 16 ene 2018
- 2 Min. de lectura
Sólo cuando una fuerza de poder reconoce y acepta el disenso, la política cobra sentido, al menos desde la perspectiva arendtiana, como un sistema de acuerdos frente a lo plural, que nos permite vivir iguales entre diferentes. En Colombia, la Institución Católica, instaurada como fuerza de poder dominante durante los siglos XIX y XX, restringió desde el ejercicio de su autoridad moral y política, cualquier expresión que disintiera del orden por ella establecido, lo que le permitió erigir un sistema cultural caracterizado por la fe, el autoritarismo, la sumisión y la dominación, en el que los “lugares comunes” no eran precisamente consensos, sino el acatamiento de un sistema religioso y político asumido como legítimo.
Este texto intenta explicar cómo desde un sistema político-eclesiástico en Colombia, se atacó todo aquello que representaba contradicción, lo cual imposibilitó la creación de un Estado basado en consensos políticos. En virtud de esto, se abordarán temáticas que permitan hacer una aproximación histórica a: i) la consolidación de la institución católica en el siglo XIX como fuerza de poder dominante en Colombia; ii) la alianza política entre clérigos y conservadores; iii) la persecución de creencias, partidos políticos y grupos disidentes desde el sistema político-eclesiástico durante el siglo XX.
Introducción
El consenso, abordado desde el quehacer político, implica necesariamente garantizar el disenso, es decir, aquello que se muestra contrario, ruidoso, heterogéneo, opuesto al orden establecido por una fuerza de poder instalada. Teniendo en cuenta que la política se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres, esta cobra sentido únicamente cuando sobre la base de esa pluralidad, se puede llegar a acuerdos; a consensos que permitan la construcción concertada de comunidades. Parafraseando a Enegrén (1984), Arendt recordaba que “solamente en el intervalo entre la indiferencia de la unanimidad y las disparidades de la desigualdad puede surgir una dimensión de pertenencia y de comunidad” (Arendt, 1997, p. 22). Este es el fin de la política: vivir en comunidad, es decir, el estar juntos y los unos con los otros de los diversos. En otras palabras, “los hombres se organizan políticamente según determina-das comunidades esenciales en un caos absoluto, o a partir de un caos absoluto de las diferencias” (Arendt, 1997, p.45). Pero cuando la política no se basa en el reconocimiento de las diferencias, sino como una relación entre dominadores y dominados, siempre va a surgir una fuerza que trate de imponerse ante otra, coartando cualquier asomo de heterogeneidad. Para el caso de Colombia, la instauración de una fuerza de poder tradicional, que en nombre de su autoridad sagrada, ejerció dominio sobre una sociedad completamente diversa, impidió la construcción colectiva y concertada del Estado, imponiendo y legitimando un cierto sistema político,amparado en cierto sistema religioso, ambos aceptados como un orden preestablecido.
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