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El aula en el vilo de la mirada fenomenológica

  • Foto del escritor: Jose Hoover Vanegas
    Jose Hoover Vanegas
  • 16 feb 2022
  • 4 Min. de lectura

Carlos Valerio Echavarría Grajales, José Hoover Vanegas-García, Lizeth Lorena González-Meléndez



Resumen La observación es consustancial a la educación. Esta actitud investigativa, atenta y vigilante del acontecimiento pedagógico permite que los maestros y las maestras de contextos rurales reflexionen, sistemática y situadamente, el sentido de su quehacer en un aula. En consecuencia, este artículo reflexiona sobre los fundamentos epistemológicos de la observación en el aula. Desmarcándola de la dicotomía –presencial-virtual– para comprenderla mejor como espacio relacional itinerante, de humanización y poética. La motivación final es brindar claves para la formación docente en temas relevantes como la ética, la política y la construcción de paz a propósito de animar el análisis de la realidad para poder aprender situarse en ella. Se concluye con la necesidad de adoptar una “mirada fenomenológica” como posibilidad de comprender la observación en el aula más allá de la mera función del cuerpo orgánico, como el acto de impresionarse por la condición humana. Entre tanto, se arriesga una pedagogía de la mirada en la cual enseñar a mirar sea equivalente a enseñar a pensar, imaginar y transformar otras formas de existencia posibles.



Horizonte de reflexión

Para reflexionar el aula en vilo de la mirada fenomenológica vale la pena exponer primero lo que se está comprendiendo por “aula”. Esta se retoma como un espacio social y culturalmente construido en el que media una relación de enseñanza, y más que eso, en el que transcurre la existencia de aquellos que tienen el deseo de formarse. Sobre este aspecto vale la pena traer a Lefebvre (1991, como se citó en Nespor, 1994) cuando subraya el espacio como producto social en el que se moviliza el poder, pero también el pensamiento crítico y la acción transformadora. Bajo esta trayectoria, puede argumentarse que el aula no son cuatro paredes bien pintadas, sino la intención ética y política de los sujetos –capaces de significado, de producir sentidos del ser y la libertad, de forma situada y contextualizada. Para algunos autores el aula es el espacio y dentro de este “el lugar educativo en el que las categorías humanas se interrelacionan” (Echavarría, Vanegas, González & Bernal, 2020, p.26).


El aula es aula en tanto intención de querer saber y aprender de la mirada humana. Ahora bien, habría que reconocer que si bien la pandemia por Covid-19 puso sobre la mesa la tensión entre el aula presencial y el aula virtual, cuestionó sobre todo el significado ético y político de la práctica pedagógica. El quehacer docente, en tiempos de excepcionalidad, empezó con el debate de los medios educativos para cubrir el servicio público en diversas poblaciones; no obstante, terminó cuestionándose los auténticos fines de la educación en territorios desiguales e inequitativos. Así, mientras la gran mayoría de los maestros y de maestras urbanos se conectaban por internet para dictar clase, un buen número de ellos, en territorios rurales, caminaba largos senderos para entregar guías puerta a puerta. Ejemplo del que necesariamente subyace una idea de aula itinerante, dinámica, polifónica y hasta poética.

Sea como sea, el aula como espacio construido y hasta producido siempre es observada. La afinación de los sentidos, la detección de la mirada son elementos fundantes de la esencia de la educación. El diseño del aula es para ser visto, mejor dicho: para que estudiantes y profesores se desdoblen en lo visto, se instalen en ella, moren y la habiten. La observación implica que quien observa salga de sí mismo y se instale en lo observado. Algo así como invisibilizarse para ser en lo otro; de cierta forma en el aula, en lo observado: “la visión no es cierto modo de pensamiento o presencia a sí mismo: es el medio que me es dado para estar ausente de mi mismo, asistir desde adentro a la fisión del Ser” (Merleau-Ponty, 1964, p. 60-61). El tablero, las carteleras, el cuaderno, el lápiz, la silla, la pantalla, la mesa, el zapato buscan la mirada en el aula. La silla encierra el cuerpo de los y las estudiantes, cuando no del profesor, la danza del movimiento en el aula está acompañada con la observación.


Metafóricamente, abrir los ojos es quitar el velo del mundo, cerrarlos es aniquilar lo visto, guillotinar la realidad para la subjetividad. El mundo, de alguna manera, se cincela en la mirada como expresión de los órganos visuales, si bien es cierto, ellos no dicen nada a la conciencia humana, habitan silenciosos, como testigos mudos al espectáculo que le presenta el sujeto cuando abre los ojos. “Mediante el movimiento de mis ojos me apodero de todas las cosas y, ya solo con abrirlos, un espectáculo visual se manifiesta ante mí” (Henry, 2007, p. 122) ¡Abra los ojos! Es una expresión de la vida cotidiana que resuena en la persona que no ve lo que otro. Esto significa que no todos ven lo mismo. No es gratuito, etimológicamente hablando, que el término mirar, en latín mirari este asociado a los términos miror, miraris, miratus que se traduce al español como asombro, admiración, maravilla o miráculum –que además se entiende como milagro.


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